El retroceso de los glaciares en Perú no es solo una advertencia ambiental, es una amenaza letal. En medio de la crisis climática global, los glaciares tropicales de este país andino se están derritiendo a un ritmo acelerado, dejando miles de vidas en riesgo y un legado de tragedias que podría repetirse en cualquier momento.
Los desastres por el deshielo de los glaciares de montaña se hicieron presentes esta semana en los Alpes suizos, donde una avalancha de hielo, lodo y rocas sepultó a un casi completo un pueblo que había sido evacuado preventivamente unas semanas antes dada la evidente amenaza.
Paola Moschella Miloslavich, directora de Investigación en Glaciares del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM), explica que en los últimos 58 años, Perú ha perdido el 56% de la cobertura glaciar del país. “Esto no solo implica menos agua; implica más riesgo, más desastres, más muerte”.
A diferencia de otras regiones del mundo, todos los glaciares peruanos se encuentran en zona tropical, lo que los hace especialmente vulnerables al cambio climático. “El retroceso no solo es constante, sino que se acelera”, dice la Moschella en entrevista con Noticias ONU. Y ese retroceso tiene consecuencias que ya son evidentes.
Tragedias de ayer, amenazas de hoy
Perú no necesita imaginar el peor escenario posible, ya lo vivió. En 1970, un aluvión provocado por el colapso glaciar arrasó la ciudad de Yungay, matando a más de 6000 personas en cuestión de minutos. Antes, en 1941, una laguna de origen glaciar se desbordó en Huaraz, causando la muerte de 1800 personas.
Estos eventos de inundación por desborde violento de lago glaciar, conocidos como GLOFs (por sus siglas en inglés: Glacial Lake Outburst Floods), son un tipo de desastre súbito, brutal e incontrolable. Y no son cosa del pasado. “Este mismo año hemos tenido dos eventos, más pequeños, pero uno afectó una vivienda y cortó una carretera”, cita Moschella.
El país tiene registrados más de 140 eventos de este tipo y la tendencia va en aumento.
El glaciar retrocede, el peligro avanza
El deshielo constante no solo forma lagunas nuevas, sino que desestabiliza montañas enteras. El derretimiento del permafrost —el hielo que se mantiene bajo tierra y actúa como “pegamento” natural en las laderas— genera un efecto dominó: desprendimientos de rocas, avalanchas de hielo, deslizamientos y aluviones masivos.
Las lagunas que se forman a partir del derretimiento se convierten en bombas de tiempo. Basta un desprendimiento, una lluvia fuerte o un sismo para que una ola gigante descienda montaña abajo, arrasando todo a su paso: pueblos, carreteras, cultivos, puentes, canales de riego.
“Huaraz y Huancayo, por ejemplo, son ciudades grandes, densamente pobladas, que están bajo amenaza directa de este tipo de eventos”, dice Moschella. “Y si el aluvión es fuerte, puede recorrer decenas e incluso cientos de kilómetros”.
En la cuenca del río Santa, una de las más amenazadas del mundo por estos fenómenos, el impacto podría llegar a estructuras estratégicas como centrales hidroeléctricas y sistemas de irrigación agrícola, afectando a regiones enteras.
¿Cuántas personas están en riesgo?
El INAIGEM ha identificado 528 lagunas con riesgo de desborde a nivel nacional. Aunque no existe un cálculo consolidado del número exacto de personas en peligro, las estimaciones hablan de cientos de miles de peruanos que viven en zonas de amenaza directa o indirecta.
“En algunos casos, se trata de poblaciones enteras asentadas en la trayectoria de posibles aluviones. En otros, de personas que dependen de infraestructuras o ecosistemas vulnerables”, señala Moschella.
Sin plan nacional específico
A pesar del riesgo, el país no cuenta con un plan nacional específico para desastres de origen glaciar. Existe un enfoque general para sismos y peligros asociados, pero los GLOFs no son aún prioridad en la planificación nacional. Los desbordes de lagunas se consideran, más bien, como eventos secundarios asociados a un gran terremoto.
“Estamos incorporando escenarios de desbordes dentro del plan multirriesgo de sismos, pero aún falta un enfoque exclusivo, un plan de acción integral para enfrentar el peligro que representan los glaciares”, indica Moschella.
En el ámbito local y regional, algunos esfuerzos aislados han comenzado a materializarse: sistemas de alerta temprana en ciudades como Huaraz, Huánuco y Cusco, con monitoreo en tiempo real de lagunas peligrosas. En Huaraz, por ejemplo, las lagunas Palcacocha, Rajucolta y Cuchillacocha son observadas constantemente.
Un eventual desborde daría entre 17 y 30 minutos de tiempo de reacción para evacuar a la población. No es mucho, pero es vital.
Aunque alertas, falta educación
Las alertas sonoras -generalmente alarmas y sirenas-, la señalización de las rutas de evacuación y los estudios técnicos son un avance, aunque insuficiente si la población no sabe qué hacer.
“En Huaraz ha habido campañas de sensibilización, pero en general, falta educación sobre el riesgo”, lamenta Moschella.
La responsabilidad de formar y capacitar a las comunidades recae en gobiernos locales y regionales, que en muchos casos carecen de recursos, capacidades, coordinación o incluso voluntad política.
Actualmente, las autoridades trabajan para agregar los mensajes a teléfonos celulares al sistema de alerta temprana.
¿Reubicar? ¿Prevenir?
¿Es posible evitar estos desastres?
La respuesta es sí, pero requiere acciones múltiples y coordinadas, según especifica Paola Moschella:
Controlar el nivel de agua de las lagunas peligrosas, como ya se hace en Palcacocha
Construir obras de refuerzo en los diques naturales
Evitar nuevas construcciones en zonas de riesgo y frenar el desarrollo urbano informal
No permitir infraestructura pública (escuelas, hospitales) en áreas identificadas como peligrosas
Paola Moschella subraya, sobre todo, el papel clave de la planificación territorial: “Una vez que se tienen los mapas de riesgo, se debe evitar la ocupación en zonas peligrosas. Lamentablemente, en Perú existe un desarrollo urbano muy informal, con poco control. Se construyen viviendas, escuelas y hasta hospitales en áreas de riesgo”.
La reubicación de comunidades, aunque ideal en teoría, es extremadamente difícil de implementar. “Es costosa, compleja y socialmente difícil de aceptar”, dice. Por el momento, la estrategia es evitar nuevos asentamientos más que mover los existentes.