Cuando los países productores de petróleo se reúnan el próximo 25 de mayo en Viena tendrán que enfrentarse a una situación endemoniada. El pasado noviembre acordaron, por primera vez en ocho años, reducir la oferta de crudo con la esperanza de inflar los precios. La estrategia funcionó a corto plazo, pero factores como el boom del fracking en EE UU y la producción en países como Libia han vuelto a arrastrar los precios por debajo de los 50 dólares por barril brent. La caída es una buena noticia para economías como la española, pero supone un desafío mayúsculo para una industria en serias dificultades.
Un largo listado de petroleras —ExxonMobil, BP, Chevron, Total y las españolas Cepsa y Repsol, entre otras— han presentado en los últimos días unos resultados inusualmente positivos para el primer trimestre del año. Todas ellas adujeron como motivo el alza en los precios del petróleo que siguió a la reunión de la OPEP del 30 de noviembre. Pero el optimismo en una industria necesitada de buenas noticias no termina de cuajar. Tras una temporada a la baja, los precios se desplomaron el jueves hasta tocar mínimos de los últimos cinco meses: el barril Brent —el de referencia en Europa— cayó a los 47 euros; y el West Texas estadounidense tocó los 44. Un día más tarde, la cotización se recuperó ligeramente.
Hay varios motivos que explican la tendencia bajista, como una mayor producción en Libia o Nigeria, unas existencias en EE UU que no caen como se esperaba, o una menor demanda en EE UU o China. Pese a todo, Gonzalo Escribano, experto en energía del Instituto Elcano, no detecta grandes cambios en los fundamentos del mercado. “La fuerte caída del jueves y el rebote del viernes apuntan a un componente técnico, con algunos agentes relevantes cambiando a posiciones menos optimistas”, explica. Sobre la evolución futura, Escribano señala que el consenso de mercado es que el barril no subirá más allá de 55 o 60 dólares.
Ante unos números alarmantes, Arabia Saudí, principal productor y peso pesado en la OPEP, salió el viernes al paso y aseguró que Rusia —que no pertenece a esta organización que engloba a los países responsables de un tercio de la producción mundial— estaba dispuesta a continuar con la política de restricciones a la oferta. El anuncio supuso un respiro, pero la presión continúa. La inmensa mayoría de expertos consultados pronostica que la OPEP decidirá en dos semanas continuar durante al menos seis meses con sus límites a la producción. Aquellos analistas que no creían en la capacidad de la OPEP para dar un empujón al sector sienten ahora que sus tesis se confirman.
“La OPEP pretende reducir el volumen de reservas a su nivel medio de hace cinco años. Para cumplir este objetivo, deberá ampliar seis meses más los límites a la producción y hacerlo de forma efectiva. Las dudas sobre la postura de Rusia habían hecho caer los precios en los últimos días”, explica Harry Tchilinguirian, jefe de analistas de materias primas de BNP Paribas. “El sector está poco a poco llegando a la conclusión de que la operación de recortes impulsada por la OPEP no ha sido efectiva”, añade en un comunicado la consultora energética estadounidense Ritterbusch y Asociados.
La decisión del 30 de noviembre de reducir la producción diaria en 1,8 millones de barriles fue impulsada por Arabia Saudí, en un intento de dar un golpe encima de la mesa para reconducir un sector que había pasado de ingresar 114 dólares por barril en junio de 2014 a los 27 a los que había caído en enero del año pasado. Desde entonces, el valor se ha recuperado, pero no tanto como esperaban los impulsores de esta iniciativa a la que muchos países eran reacios.
Escribano relativiza el efecto que la actual tendencia bajista tendrá en los productores. “Dependerá de su duración y evolución, pero de momento los precios casi doblan los niveles de hace un año. Eso no basta para resolver los problemas económicos de los países productores, pero tienen algo más de margen para ajustar presupuestos de manera menos drástica y costosa políticamente”, asegura. Así lo ha hecho por ejemplo Arabia Saudí, cuyo monarca, el rey Salmán, acaba de dar marcha atrás a algunas medidas de austeridad puestas en marcha hace medio año.