El ascenso del dólar y la metamorfosis de las Instituciones Financieras Internacionales*
El diseño de la actual arquitectura financiera internacional, cuenta con una pieza angular que ha prevalecido casi intacta a pesar de los diversos desequilibrios globales. Dichos desequilibrios, que se manifiestan en crisis financieras, son, en gran medida, consecuencia de la propia ingeniería detrás del proyecto arquitectónico de Bretton Woods, que estableció las reglas e instituciones de lo que hoy se conoce como “sistema monetario internacional”. Esta pieza es ni más ni menos que el dólar, el cual ha prevalecido a costa de la desarticulación de las Instituciones Financieras Internacionales (IFIs) que alguna vez fungieron también como pilares del sistema, como son el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Tras la desvinculación del dólar al oro en 1971, y con ello, el fin de las paridades fijas, el FMI se reconfiguró. Dejó atrás su papel como prestamista de última instancia a países con problemas en balanza de pagos, y se convirtió en un artífice de la crisis, impulsando programas de ajuste fiscal, privatizaciones y liberalización del comercio. Estas recetas, emanadas desde Washington, respondieron a la lógica del liberalismo económico que, desde finales de la década de 1960, había ganado fuerza con Friedman y otros exponentes de la ortodoxia monetarista. Por su parte, el BM, originalmente centrado en proyectos de infraestructura para la posguerra, mantuvo su papel en el financiamiento para el desarrollo en el Sur Global, pero bajo un enfoque de condicionalidad similar al del FMI.
Estos cambios contribuyeron a consolidar al dólar como moneda mundial, pero al mismo tiempo limitaron la capacidad de ambas instituciones para desempeñar un papel activo en la gestión de las crisis posteriores. Así quedó en evidencia durante las crisis de balanza de pagos de México, Brasil, Rusia, Argentina y los llamados tigres asiáticos en los años noventa, la crisis inmobiliaria de 2008, y finalmente con la crisis provocada por la pandemia de COVID-19, en la cual el FMI incluso hizo recomendaciones contrarias a las que impulsó durante décadas.
De esta manera, las IFIs originalmente concebidas como estabilizadores del sistema monetario internacional, terminaron desempeñando un rol pasivo como gestores de crisis, pero un rol activo como promotores de políticas de apertura, disciplina fiscal y liberalización financiera, alineadas con los intereses del Norte Global. Dejaron de priorizar la estabilidad financiera para convertirse en garantes del poder económico, político e inclusive militar; y oficiales de cumplimiento de programas de ajuste que refrendan la hegemonía del dólar.
En contraste con el debilitamiento del rol originalmente establecido de estas instituciones, el dólar y la Reserva Federal (FED) reforzaron su papel protagónico en el escenario internacional hasta adquirir una especie de “superpoder”. El dólar, respaldado por el peso económico, militar y geopolítico de Estados Unidos, se convirtió en una moneda violenta comúnmente empleada para imponer sanciones económicas, condicionar flujos comerciales, dolarizar economías periféricas y establecer un control indirecto sobre los precios y la denominación de activos estratégicos. De manera paralela, la Reserva Federal asumió un rol que trasciende sus fronteras, operando como un banco central del mundo. Al fijar la tasa de referencia en dólares, la FED establece en gran medida las condiciones de liquidez y costo del financiamiento global, afectando tanto a economías avanzadas como a emergentes.
En resumidas cuentas, el sistema monetario internacional se ha adaptado a una lógica en donde el dólar domina diversos ámbitos de la vida cotidiana, sostenido por instituciones que se niegan a reformarse, pero que se han reconfigurado para consolidar la hegemonía monetaria que va en desmedro de los países que sufren las consecuencias de estar en la “periferia” de ese sistema. En ese contexto, las discusiones en torno a una nueva arquitectura financiera internacional que tenga como objetivo un sistema más equilibrado, ya sea a través de un proceso de reforma profunda o de una reestructuración completa alejada de la dinámica actual, deben partir de una condición indispensable: modificar el patrón monetario, es decir, avanzar en la desdolarización del sistema.
El fin de la lógica binaria en la desdolarización
Las discusiones en torno a la desdolarización no son nuevas; de hecho, pueden situarse desde el momento mismo de su diseño, cuando las ideas de Harry White se impusieron sobre la propuesta de John Maynard Keynes de crear una unidad de cuenta internacional, y más tarde con diversas críticas como la que llevó al desarrollo del llamado “dilema de Triffin”1. Sin embargo, la desdolarización desde entonces ha asumido una lógica binaria que reconoce los problemas de dependencia del dólar, pero se limita a ofrecer alternativas más allá de la sustitución por otra divisa hegemónica.
En los años setenta y principios de los ochenta, el rápido crecimiento de Japón llevó a pensar que el yen podría rivalizar con el dólar y crear un cierto equilibrio al diversificar el riesgo. Sin embargo, la liberalización de los mercados financieros japoneses provocó grandes fluctuaciones en el valor de la moneda, y con ello, una pérdida generalizada de credibilidad que se reflejó en la economía real, llevando a un estancamiento que ha persistido a través de los años. Posteriormente, con el lanzamiento del euro en 1999 surgió un nuevo contendiente. En los años 2000, el euro llegó a representar más del 25% de las reservas mundiales, generando expectativas de una competencia real con el dólar. No obstante, la crisis de deuda en Europa y los problemas relacionados al diseño de la unión monetaria frenaron esas aspiraciones.
Más recientemente, el yuan ha ganado protagonismo gracias al ascenso económico de China y a partir de su inclusión en la canasta de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI en 2016. Sin embargo, China ha puesto freno a la internacionalización del yuan de la forma tradicional, y se ha replanteado la estrategia en diversas ocasiones, ya que no quiere asumir los costos asociados de ser el emisor de la moneda mundial. Este cambio de dirección en la estrategia china ha roto la lógica binaria, y ha abierto un abanico de posibilidades de lo que comúnmente se entiende como desdolarización.
Nuevas lecturas de la desdolarización
La aparente apatía por parte de China para desdolarizar al sistema, no corresponde con la actual urgencia de reforma a la gobernanza global, y tampoco parece ir de la mano con el optimismo de algunos de sus socios estratégicos como Rusia e Irán, quienes desde adentro de las trincheras de los BRICS han hecho un constante llamado a avanzar en el tema, incluso al grado de proponer una moneda única para el bloque en la cumbre de Johannesburgo en 2023.
Tal propuesta, si bien ha sido analizada por diversos círculos, no rompe la lógica binaria de una nueva moneda que desplace al dólar. Sin embargo, no es la única propuesta que se encuentra en la mesa, y de hecho, la nueva lectura de la desdolarización se ha presentado desde distintos frentes, y avanza a la sombra de la eliminación del término “desdolarización” del diccionario.
La nueva lógica se materializa en diversos arreglos, sistemas y mecanismos de pago que coexisten, evolucionan y no son excluyentes uno del otro. Esto responde a una dinámica multipolar resultante del reciente debilitamiento del multilateralismo, así como del avance de la digitalización y la interconexión financiera. Más allá de rivalizar de manera directa con el dólar, y comenzar una batalla geopolítica que puede inclusive tornarse violenta, los países han optado por construir alternativas graduales y pragmáticas. Entre ellas destacan los acuerdos de pago en moneda local, que permiten liquidar el comercio bilateral sin recurrir al dólar; las líneas de swap entre bancos centrales, que aseguran liquidez inmediata en contextos de volatilidad cambiaria; y el impulso de monedas digitales soberanas, que reducen costos y se liquidan al instante.
A ello se suman iniciativas más ambiciosas, como el desarrollo de sistemas de pago multidivisa que buscan facilitar transacciones con flexibilidad de conversión; el proyecto mBridge, que explora el uso de plataformas blockchain para pagos transfronterizos entre Asia y Medio Oriente; y el sistema de liquidación en yuanes (CIPS), que China ha promovido como una alternativa a SWIFT2 en sus intercambios comerciales estratégicos. Todos estos mecanismos no pretenden sustituir de manera inmediata al dólar, sino crear un ecosistema paralelo que lo descentralice, ya que: abaratan las transacciones, agilizan los flujos, incrementan la seguridad y, sobre todo, reducen la dependencia estructural respecto a la divisa estadounidense.
Nota de edición
En ese sentido, con base en este artículo introductorio, se publicará una serie de artículos de análisis semanales sobre estos mecanismos que hoy configuran la desdolarización. Acuerdos de pago en moneda local, líneas de swap, monedas digitales soberanas, plataformas multidivisa y sistemas emergentes como mBridge o el CIPS chino, serán algunos de los temas que estarán presentes. El propósito es ofrecer una mirada alternativa que permita comprender cómo estos instrumentos están transformando silenciosamente la arquitectura financiera internacional.
* Este análisis fue desarrollado por Jorge Luna, economista de Nueva Arquitectura Financiera de Latindadd.
Referencias
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Frankel, J. A. (2012). “The Rise of the Yen and Its Prospects as an International Currency.” NBER Working Paper No. 1240.
García-Herrero, A., & Xia, L. (2016). “China’s Belt and Road Initiative: Can Europe Expect Trade Gains?” China & World Economy, 24(6).
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Zhou, X. (2017). “China’s Cross-Border Interbank Payment System (CIPS) and Its Role in RMB Internationalization.” China Economic Journal, 10(3).
1. El dilema de Triffin se refiere a la contradicción inherente de que una moneda nacional (en este caso el dólar) funcione como moneda internacional. Esto parte del hecho de que al garantizar la liquidez internacional a través de la emisión se generan déficits externos que a su vez permean la confianza en el sistema, con lo cual es país emisor de la moneda global se condena a asumir déficits perpetuos.
2. El sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) fue creado en 1973 e inició operaciones en 1977 como red estandarizada para mensajes financieros internacionales. Aunque concebido como mecanismo neutral, en la práctica se integró a la infraestructura dominada por el dólar, reforzando su papel hegemónico en las transacciones y en la supervisión del sistema financiero global.